HELEN KELLER
- Mantén tu rostro al sol y así no verás las sombras.
- Difícil ser mujer, universitaria y discapacitada en Estados Unidos a principios del siglo XX; y más aún, siendo socialista.
- Cuando hacemos lo mejor que podemos, nunca sabemos qué milagro se produce en nuestra vida o en la de otros.
- Soy solo una persona. Pero aún soy una persona. No puedo hacer todo, pero puedo hacer algo. No voy a rehusar a hacer el "algo" que puedo hacer
- La noche de la ceguera tiene también sus maravillas. La noche de la ignorancia y de la insensibilidad es la única tiniebla impenetrable. El infortunio de los ciegos es inmenso, irreparable. Pero no nos priva de compartir con nuestros semejantes la acción altruista, la amistad, el buen humor, la imaginación y la sabiduría
- La gente puede aprender que un hombre ciego no es un genio pero tampoco es un idiota. El tiene una mente que puede ser educada, y una mano que puede ser entrenada; tiene ambiciones las cuales pueden ser realizadas, y el trabajo de la gente es ayudarlo a que pueda ser el mejor por sí mismo y pueda ganar méritos a través de su trabajo. Cuando una puerta se cierra, otra se abre, pero frecuentemente miramos durante tanto tiempo a la puerta que se cerró, que no nos damos cuenta de la puerta que se ha abierto para nosotros
- No existe una manera más hermosa de dar gracias a Dios por tu vista, que brindando una mano de ayuda a aquellos que por carecer de ella viven en la oscuridad.
- Mi mano es para mí lo que el oído y la vista juntos son para vosotros. ¡Cuántas veces viajamos por las mismas carreteras, leemos los mismos libros, hablamos el mismo idioma, y no obstante nuestras experiencias son distintas! Todos los actos de mi vida dependen de mi mano como de un eje central. A ello le debo mi continuo contacto con el mundo exterior. También es mi mano la que me permite salir del aislamiento y de la oscuridad
- Cuando aprendí el significado del “yo” y el “mi” me enteré de que yo era “algo” y comencé a pensar. El hombre se busca y estudia a sí mismo, y a su debido tiempo encuentra su grado de extensión y el verdadero significado para sí del universo
Helen Keller fue una autora, activista política, y oradora estadounidense sordociega. A pesar de sus discapacidades, muchos años después daría discursos acerca de su vida, e incluso escribiría libros sobre sus experiencias personales. Todo esto fue posible gracias a la gran ayuda e influencia de su institutriz Anne Sullivan, quien le enseñó a leer y comunicarse con los demás, junto con llevar una vida disciplinada. Para que aprendiera a escribir, Sullivan le consiguió a su discípula un tablero especialmente diseñado, acanalado de modo que un lápiz podía formar letras.
Para enseñarle a hablar, Sullivan ponía la mano de Helen en su garganta para que pudiera sentir las vibraciones creadas al comunicarse. Anne Sullivan fue su profesora personal, y amiga de toda la vida. Anne le ayudó primero a controlar su mal genio, y después le enseñó a leer, en primer lugar con el alfabeto manual táctil y más adelante, con el sistema Braille, a escribir de forma normal y a través de las máquinas de escribir en Braille.
Helen fue a la escuela de Cambridge para señoritas desde 1896 y en el otoño de 1900 entró en la Universidad de Radcliffe, siendo la primera persona sordociega que podía alcanzar el reto de presentarse y transitar en una Universidad. En octubre de 1961 Helen sufrió el primero de una serie de accidentes cerebro vasculares, y su vida pública fue disminuyendo. En los últimos años de su vida se dedicaría entonces a cuidar su casa en Arcan Ridge.
En 1964, Helen fue galardonada con la Medalla Presidencial de la Libertad, el más alto premio para personas civiles otorgada por el presidente Lyndon Johnson. Un año más tarde fue elegida como La mujer del “Salón de la Fama” en la Feria Mundial de Nueva York.
Poco antes de su muerte en 1968, a la edad de 87 años, Helen Keller le dijo a un amigo: "En estos oscuros y silenciosos años, Dios ha estado utilizando mi vida para un propósito que no conozco, pero un día lo entenderé y entonces estaré satisfecha."
El 1 de junio de 1968, en Arcan Ridge, Helen Keller muere mientras dormía. Su cuerpo fue cremado en Bridgeport, Connecticut, y su funeral se realizó en la Catedral Nacional de Washington DC. La urna más tarde sería llevada a un lugar cerca de donde descansaban los restos de Anne Sullivan y Polly Thomson.
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